By Sharon Jaynes
Había estado orando por un miembro de mi familia durante más de cuatro décadas, pero había visto poco o ningún progreso.
Por un lado quería rendirme. Por otro lado, sabía que debía seguir adelante.
Si has estado orando por algo durante años y no has visto ninguna señal de respuesta, quiero darte un abrazo santo en este momento, querida hermana. Yo también he estado ahí. Pero lo que quiero decirte es que Dios siempre está trabajando entre bastidores de maneras que quizás nunca conozcamos en este lado del cielo.
Es natural sentirse desanimada y desalentada cuando alguien a quien amamos se enfrenta a un desafío y nos sentimos impotentes para hacer algo al respecto; sin embargo, ese desafío podría ser el mismo desvío que Dios usa para atraer a nuestros seres queridos a una relación más profunda con Él.
Orar por alguien no significa que esa persona nunca enfrentará dificultades. Significa que estamos pidiendo a Dios que obre milagrosamente, incluso en medio de la lucha.
Puede haber días, meses e incluso años en los que te sientas desanimada debido a la falta de resultados visibles en tus oraciones. Tu oración podría ser: «¡Dios, solo dame un atisbo de esperanza! ¡Muéstrame algo que me haga saber que mis oraciones realmente están haciendo una diferencia!»
Si es así, amiga, deja que la Palabra de Dios te recuerde lo que dice Jesús: “Pero Jesús respondió: «Mi Padre siempre trabaja, y yo también»” (Juan 5:17, NTV).
Nuestra visión limitada no siempre nos permite ver cómo Dios está obrando en nuestras vidas, pero debemos tener fe en que Él lo está haciendo. De hecho, puede ser en los momentos en los que menos lo percibimos o entendemos cuando Él está trabajando más intensamente.
En la Biblia hay una historia acerca de la fe que comienza con un padre angustiado cuyo hijo estaba poseído por un demonio. El niño sufrió mucho, arrojándose al fuego y luego al agua, rodando por el suelo, echando espuma por la boca y perdiendo la capacidad de hablar. Su padre incluso llevó al niño a los discípulos de Jesús para que lo curaran, pero nada parecía funcionar (Marcos 9:17-22).
Entonces, un día, el padre valientemente llevó al niño a Jesús y, seguramente con desesperación en su voz, clamó, “Si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros y ayúdanos” (Marcos 9:22b, NVI).
Y Jesús respondió, “Para el que cree, todo es posible” (Marcos 9:23b, NVI).
Inmediatamente, el padre exclamó: “—¡Sí, creo, pero ayúdame a superar mi incredulidad!” (Marcos 9:24).
Ante esa declaración de fe, Jesús sanó al hijo del hombre (Marcos 9:25-29).
Ay, cómo esta historia conmueve mi corazón. ¿Puedes sentir el dolor del padre? Cuán desesperado debió sentirse cada vez que su hijo, bajo la influencia del espíritu impuro, se arrojaba al agua o al fuego. «¿Por qué?» Se habrá preguntado. «No lo entiendo…»
Imagina las miradas humillantes y los susurros que este hombre y su hijo pudieron haber escuchado mientras caminaban por las calles. ¿No sabes que probablemente hubo muchos días en los que este padre quiso darse por vencido? En cambio, su fe nos ofrece una imagen hermosa del acto máximo de entrega en la crianza de los hijos: entregar a nuestros hijos a Dios.
La crianza de los hijos, al igual que la vida en general, conlleva momentos de felicidad emocionantes y momentos desgarradores de tristeza. En ocasiones nos encontramos al límite de nuestros recursos mentales y emocionales. A veces sentimos que hemos hecho todo lo humanamente posible y no sabemos cuál es la mejor acción a tomar.
Justo en ese punto es donde Dios quiere que estemos: en una posición en la que no dependamos de nuestra fuerza y habilidad limitadas, sino en Su poder ilimitado y Su soberanía divina.
La oración es una fuerza extraordinaria y poderosa.
¡Así que no nos rindamos! Sigue orando. Dios siempre está obrando. Creo que algunos de nuestros momentos más magníficos con Dios sucederán cuando, en Su tiempo perfecto, podamos ver la conexión entre nuestras oraciones y Sus respuestas.
Señor, creemos en Ti, por favor ayúdanos a vencer nuestra incredulidad y a ser fieles al elevar oraciones a Ti. En el Nombre de Jesús, Amén.